domingo, 3 de junio de 2007

La Pirueta




Toda una vida sin rumbo te hace bueno en ocuparte en el hoy y no pre-ocuparte del futuro. La deriva bien podría ser un lugar, ese apacible donde todo pasa cuando deba pasar y no se apresuran ni demoran las cosas.

Cómodo en mi situación, pero siempre caminando, terminé encontrando alguien lo suficientemente mediocre para pensar que mi habilidad con el cuerpo lucraría. Y acepté una oferta también mediocre.

Escupir fuego es fácil. Más tarde pasé a hacer otras maromas y hasta compartí el acto con los clown. La gente olvidaba sus problemas y los chicos mostraban sus dientes amarillos en todo momento. La noche la festejábamos con Narizota, Zapatón, los siameses, el enano, y el gigante cuando el frío no pelaba los huesos, tenía un modesto ingreso diario, y a veces alguna aventura con la mujer barbuda.

Resultó que un día el flaco Rancio armó un nuevo número de trapecio que requería de un trapecista más, y entre todos los freaks yo era ese, que tenía la pinta más verosímil para la tarea. Así es que me enrolé en aprender y practicar las piruetas que mi cuerpo ducho comenzaba a adoptar fácilmente. Y un día mi acto concluyó, y la sarta del trapecio adoptó un hijo más.

Aquella noche estaba tensa. Y yo, siempre impasible, tan tranquilo que los otros se impacientaban por mí. Esa noche era la primera presentación del dichoso acto, y el anuncio incluso ofuscaba el enorme cartel del domador del oso, que daba sus últimos zarpazos lentos contra la sarna y la muerte. Esa noche, dicen, el pochoclero recaudó como para no trabajar por cinco días: a la enorme multitud de gente se le sumaba la ansiedad del momento.

Ya frente al público, por primera vez capté lo ridículo de mi calza ajustada bajo las luces. Y empezamos. Al principio unos trucos simples de calentamiento. Esos pobres nenes nunca habían presenciado un acto tal, reventando sus ojos hinchados. Se esperaba el gran salto mortal que cerraba el show, obviamente ejecutado por Rancio, el veterano, a quién yo debía que recibir con ambas manos, luego de dar mi voltereta pretenciosa en el aire. Y así fue: alta tensión en las rodillas y un ligero exceso de impulso; viento, mi mortal un tanto extendida con una vuelta más; segundos de diferencia; el viejo desorbitado buscando mis manos ausentes, chapoteando en el aire. Su historia terminó de cara en la red.

Y yo nunca me desplegué: di dos, tres, cuatro, y más vueltas a 20 metros. Es que había exagerado el envión. Daba por sentado que yo no caería en la red, pero iba ocupado en mi aire. Según mis cálculos y las expresiones de la gente, terminaría cayendo justo sobre ellos, pero yo seguía embobado en mi voltereta, mi mambo. Un limbo. Velocidad al viento, y un placer inigualable. La deriva, entonces sí era un lugar en donde todo pase cuando deba pasar y no se apresuren ni demoren las cosas. Y ese momento bien me dejaba pensar en mil cosas, sino vivirlas, después de todo, parece ser verdad el cuento de ver la vida delante de tus ojos en esos momentos de alto riesgo: el tiempo era otro diferente al de siempre, eran otras las cosas. Ese amanecer frío parecía hacerse presente de nuevo, en el que presenciaba mi propio nacimiento en el tren de los sueños, y a esa puta preñada, en el suelo del bagón, haciéndose cargo del destino por nueve meses, y seis semanas. A la séptima semana volví a sentir el frío de aquel entonces, el moisés, la casa de paja, esos viejos nómades que engendraron vicios nobles en mí. Los patos, el cielo, el nogal, el viento. Bigotes, chancletas, lombrices, mi bicicleta, la de Ana. Lunares, pecas. Caminos, desiertos. Las repentinas ganas de comerme el mundo entero de postre. Viajar a dedo con amigos, conocer la ciudad. Calles y callejones; idas y vueltas. El arte de la náusea. Y volver. Reiniciar. Así se me ha pasado este tiempo larguísimo.


Y debo confesarlo: sigo cayendo. Este viaje es el de mi vida, mientras los impresionables tapan los ojos de sus hijos impresionables, las bocas nunca tan abiertas; cejas incrédulas de lo que se les viene luego de tantos años: yo. Se abre un hueco: el piso desnudo está cerca. Este piso duro y frío, de circo o de bagón, y oigo el traqueteo del tren de madrugada que indica el principio de otra, y otra, y otra vuelta.



AG





Leí esto en algún lado:
-Eh estado pensando en algo que tu dijiste.
-Algo que yo dije?
-Sí. Sobre cómo a menudo sientes que
observas tu vida desde la perspectiva de
una anciana que esá a punto de morir.
¿Recuerdas?
-Sí. Todavía a veces siento como si mirara
atrás en mi vida. Como si mi vida
consciente fueran sus memorias.
-Exactamente. Y un segundo en la conciencia
de un sueño es infinitamente más duradero
que un segundo consciente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Unknown dijo...

Jaja, no me pongas esas imágenes que me mareo, jajaja.

Guau, este tambien queda en mis favoritos. Me gustó mucho ^^.

Ya apoyo a dos de tus escritos.

Cuarto leido.